Convencidos de que las naciones son imaginadas, emprendemos un viaje de descubrimiento y conquista del mundo que ocupamos. Imaginamos naciones y a través de ellas imaginamos el mundo.
Muy pronto nos damos cuenta de que si la imaginación no tiene límites, las naciones tampoco tienen por qué tenerlos. Y mucho menos tiene por qué tenerlos el mundo que ocupamos ni nuestro lugar en él.
Entonces nos reconocemos ilimitados. En un mundo donde las naciones no se parecen a las de los libros de historia, sino que más bien parecen construcciones tan burocráticas como románticas, tan imaginarias como reales, tan ilusorias, tan infinitas.
Por eso, este libro no pretende juzgar el estado de las naciones contemporáneas, tampoco predecir su futuro. Pretende, más bien, observarlas como lo que son: relatos que nos unen y separan.